jueves, 10 de noviembre de 2011

Una deuda de Amor cap- 24

-¿No?
-Yo pensé que la experiencia fue sensacional -confesó roncamente.
Miley se estremeció y sus pechos reaccionaron, hinchando sus rosados extremos hasta casi dolerle.
-Probablemente porque habías estado bebiendo...
-No. Y no hagas eso. ¡No te subestimes! -censuró Nick, los ojos brillantes clavados en su cara sorprendida-. Un hombre no puede fingir su reacción ante la mujer que desea.
Miley se lo quedó mirando y adivinó a lo que se refería. Bajó la vista involuntariamente y un suave sonido se escapó de sus labios. Su excitación era evidente, y cuando volvió a mirarlo el hambre devoradora que leyó en sus ojos hizo que un calor líquido le quemara entre sus delgados muslos. La sensación fue tan fuerte que se tambaleó.
-No me podría acercar ni a un metro de la cama contigo en ella -admitió Nick con total honestidad-. Esta vez sí que te saltaría encima. Dormiré aquí abajo.
Cuando él se fue, a Miley se le cayó el alma. Sí, realmente la deseaba... sexualmente. El tema de la lujuria otra vez. ¿Sensacional? Un cosquilleo de abandono le corrió por la espalda y las piernas le temblaron. Se iba, ¿por qué no lo detenía? Lo único que le podía ofrecer era sexo y ella lo amaba tanto, era tan vulnerable que ya sufría por la separación que tendría lugar cuando Jasper se repusiera.
Pero... ¿qué podía perder? Lo quería tanto. Más que a su orgullo. Más que a sus principios. Y en ese instante, la voz de Nick le retumbó en la mente. «¡Estás tan convencida de que vas a fallar, que ni lo íntentas!»
Muy bien, decidió Miley. Por una vez iba a correr el riesgo y romper todas sus reglas. Abrió la nevera y sacó la botella de champán del cubo de hielo. Si Nick tenía miedo al compromiso, tendría que hacerlo sentirse libre de él desde el principio, sin darle ni el más mínimo indicio de que ella quería algo más que una aventura.
Nick estaba a la orilla, mirando el mar. Miley se quitó los zapatos y se dirigió a él con el corazón latiéndole descontrolado, rogando que la oyese y se diese la vuelta, pero el suave ruido de las olas se lo impidió.
Tuvo que llegar hasta él y plantarle la botella en la mano para que se diese vuelta con extrañeza.
-Yo también pensé que fue sensacional. Y me parece una tontería que duermas en un incómodo sofá floreado -dijo, sin mirarlo a los ojos.
-¿Liam? -susurró Nick.
-¡Está en Nueva York! -respondió rápida como un rayo-. El como...
-¿Ojos que no ven, corazón que no siente? -dijo Nick cínico.
-No es eso, Nick...
-¡Dio mio! ¿Para qué discuto? -preguntó Nick soltando la botella y tomándola en sus brazos con fuerza y entusiasmo devastadores.
-Sin ninguna atadura -le dijo Miley sin aliento mientras le pasaba los brazos por el cuello y le apretaba la cara contra el hombro inspirando su perfume-. No soy del tipo de persona que quiere ataduras -repitió, por si aún seguía pensando que ella pretendía más que el tipo de mujer con que él estaba acostumbrado a acostarse.
Nick la levantó y le apretó los suaves labios con la fiereza de los suyos, haciéndola debilitarse de la cabeza a los pies. La siguió besando, abriéndole los labios con urgencia, pero la forma de su abrazo cambió. De la pasión, pasó a la ternura inexplicable, recorriéndole con los labios los párpados y las húmedas mejillas hasta recuperar su boca enrojecida con una dulzura casi insoportable. Y luego, muy lento, las deslizó sobre su poderoso cuerpo masculino hasta que sus pies desnudos tocaron la arena otra vez.
-La arena se mete por todos lados -murmuró en broma.
Seguro que él sabía eso. Nueve años mayor que ella, tenía mucha más experiencia. Pero Miley descubrió que no quería pensar en las otras mujeres, ni en qué distinta era de ellas. Ni era sofisticada, ni alta y delgada, ni siquiera rubia. Seguía en absoluto su patrón, y eso la asustaba.
Cuando llegaron al dormitorio, se sintió terriblemente tímida, pero Nick la tocó con una luz comprensiva en sus hermosos ojos oscuros y la acercó a él. Le bajó la cremallera del vestido, delicadamente le deslizó los tirantes por los hombros y dejó que la prenda cayera a sus pies.
Su mirada ardiente brilló apreciativa al verle el sujetador de seda sin tirantes y las braguitas de encaje a juego.
-Estás exquisita, cara mía -murmuró suavemente.
-Siempre dices lo que corresponde. Tienes práctica, supongo -dijo Miley tensa.
Una sonrisa lobuna le iluminó a Nick las facciones.
-Eres perfecta para mí. Nada de lo que te digo te impresiona.
-Oh, sí -lo contradijo Miley instantáneamente para convencerlo de ello, aunque su susceptible corazón se encogía.
La levantó en sus brazos y la acostó en la magnífica cama con dosel. Los pechos temblorosos por la agitada respiración, lo miró desvestirse, una estatua griega de bronce convertida en ser de carne y hueso. Pero ninguna estatua había sido nunca tan masculina al mostrar su erección.
-No me puedo creer que seamos nosotros -dijo Miley, viniéndole a la memoria una imagen de Nick en el banco, frío y distante. El recuerdo la aterrorizó.
-Créelo -urgió Nick roncamente, mirando sus opulentas curvas femeninas con reverente anticipación.
Le pasó las manos por el pelo posesivamente y la levantó hacia él. Ella vibró entera, atravesada por el deseo, rozando su delgado y duro cuerpo con apetito creciente. Como la polilla que se acerca al candil, pensó con temor. Pero luego él le liberó los trémulos pechos de su cárcel de seda y acarició las sensibles cúspides, entonces la gloria de la sensación detuvo todos los pensamientos. 

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