-Supongo que merezco lo que dices. Me lo merezco por haber dado lugar a una serie de acontecimientos que estaban destinados al desastre.
-Entonces, ¿todo el mundo sabe que estamos casados? Por eso tantas reverencias, tantos saludos militares... Nuestro matrimonio estaba siendo celebrado en aquel banquete, en el desierto -dijo entonces Miley, que empezaba a entenderlo todo-. Debí haberlo imaginado.
-Mi gente, y eso incluye a mis parientes, no entablarían una conversación contigo a menos que yo lo hiciera antes. Es una simple regla de etiqueta. Pero yo pensé que te habrías dado cuenta...
Miley se levantó, furiosa.
-Aquella fue nuestra noche de bodas, pero tú me dejaste creer que me tratabas como a una concubina delante de todo el mundo.
-El sentido común debería haberte dicho que no podía portarme de esa forma con una mujer sin que fuera mi esposa -intentó disculparse él.
-¿Y cómo iba a saberlo? ¿Qué sé yo de las costumbres de tu país? -le espetó Miley, airada-. Te habrías cortado la lengua antes de darme el «supuesto» placer de decirme que era tu esposa. Y he dicho «supuesto», Nick.
-Miley... -empezó a decir él, tomándola por los hombros.
-¡No me toques!
-Por favor, escúchame. He cometido errores, pero si no te das cuenta de cuántas cosas han cambiado entre nosotros en estas semanas, yo sí. Te deseo como mi esposa. Sería un honor para mí...
-Durante todo este tiempo, he sido tu esposa, pero yo era la única que no lo sabía.
-Solo yo era consciente de que no lo sabías.
-¿Y crees que eso cambia algo? ¿Crees que puedo confiar en ti? ¡Estoy harta, Nick! ¡Estoy harta de buscar tu amor y que tú me lo niegues y te lo niegues a ti mismo! No quiero volver a verte, ¿me entiendes?
-Miley, es mejor que te calmes...
-¿Calmarme?
Aquel juego había ido demasiado lejos. La había engañado, la había tratado como si fuera una niña, mintiendo y manipulando a todas horas. De repente, furiosa, levantó la mano y le dio una bofetada.
-Miley...
-Ahora tienes motivo para encerrarme en la cárcel.
Después de eso, salió de la habitación. No sabía hacia dónde corría, pero tenía que hacerlo. Tenía que apartarse de aquel hombre. Cegada por las lágrimas y sin saber dónde ir, subió una escalera de piedra en forma de espiral.
-¡Miley!
Ella se volvió y, sin darse cuenta, perdió pie. La escalera no tenía pasamanos y Miley intentó sujetarse a la pared, pero era demasiado tarde. Un segundo después, sintió un dolor intenso en la cabeza. Pronto, todo se volvió negro.
-Es solo un golpe en la cabeza, Franky... -sonrió Miley, apretando la manita del niño-. Me alegro mucho de haber salido del hospital.
-¿Puedo quedarne contigo?
-Miley necesita descansar -dijo entonces Nick, tomando al niño en brazos-. La verás más tarde... te lo prometo.
-Pero dentro de muy poco rato -protestó el niño.
Miley no quería mirar a Nick. Había recuperado la conciencia en el helicóptero que la llevaba al hospital. La examinaron tres médicos y se enteró de que el príncipe había evitado que la caída fuera más grave.
No lo había mirado durante toda la noche, aunque él se había quedado sentado en un sillón al lado de la cama. Y no lo había mirado cuando él tomó su mano en medio de la noche, rogándole que lo perdonara.
Cuando la puerta se cerró, Nick se acercó a la cama.
-¿Quieres que me vaya?
Miley asintió con la cabeza. Cuando él se marchó, cerró los ojos. No lloraría, no iba a llorar. Durante todo aquel tiempo, había sido su esposa, pero Nick se lo había ocultado para ofenderla. Y solo había hecho público su matrimonio porque las circunstancias lo obligaron a ello.
No tenía sentido seguir porque nunca podría confiar en él. Solo había una solución: el divorcio. Un gran vacío se apoderó de ella entonces y tuvo que apretar los ojos para no llorar. Poco a poco, se quedó dormida.
Cuando despertó unas horas más tarde, el dolor de cabeza había desaparecido y, tomando un espejito, examinó el hematoma que tenía en la frente. Por fortuna, el flequillo casi lo disimulaba del todo. Después de bañarse y tomar el almuerzo, buscó en su armario algo de ropa.
Tenía un vestuario gigantesco; el armario ocupaba toda una pared. Una semana antes, Nick le había regalado docenas de vestidos de diseño importados de Europa. Eran vestidos fabulosos que Miley solo había visto en las revistas. Al principio, le había dado un poco de reparo aceptarlos, pero la ilusión de llevar algo que solo podían ponerse las modelos hizo que olvidara sus reservas. ¿Quién habría elegido los vaqueros que guardaba en la maleta, frente a la posibilidad de vestirse con las mejores telas, los mejores cortes, los diseños más originales?
Pero aquel no era momento para trajes de diseño. Miley se puso sus viejos vaqueros y una camisa blanca y salió de la habitación.
Nick no estaba en casa, sino en su despacho del Haja y decidió pedir un coche. Poco después, una limusina con la bandera de Jumar apareció en la puerta de palacio.
Miley se sorprendió al ver que dos policías en moto se colocaban delante del coche y varias furgonetas oscuras, detrás. La limusina atravesaba la carretera con las sirenas de los policías abriéndoles paso, sin respetar los semáforos en rojo y parando la circulación cuando era conveniente. Por primera vez, Miley se dio cuenta de que estar casada con Nick no era igual que estar casada con otro hombre y que cualquier cosa que hiciera podría tener consecuencias imprevisibles.
Latif la esperaba en la puerta del gigantesco edificio. Parecía preocupado por su salud y sorprendido de que ya se hubiera levantado de la cama.
Cuando la llevó al despacho de Nick, el corazón de Miley latía con violencia. Él estaba de pie, con un traje de color claro, tan fabulosamente atractivo como siempre.
-El médico ha dicho que deberías descansar -dijo, clavando en ella sus ojos dorados-. Pero siéntate, por favor.
-Prefiero quedarme de pie -replicó ella, a la defensiva-. De pie te esperé en el patio el primer día. ¿Recuerdas?
-No fue una falta de cortesía por mi parte, sino una distracción. Yo también estaba tenso durante aquella entrevista.
-¿Ah, sí? Pues yo no lo noté.
-Fue una tremenda sorpresa para mí que mi esposa no supiera que lo era -dijo Nick, irónico.
-Eso ya no tiene importancia. Ya hemos hablado demasiado sobre el asunto.
-¿Crees que no me doy cuenta de que estás haciendo una larga lista con mis pecados para poder imponerlos como una barrera entre los dos? Una vez yo hice lo mismo contigo -dijo él entonces-. Sin verte, era capaz de amontonar todo lo que tenía contra ti como si fuera un juez. Ni siquiera me escribiste una nota de condolencia cuando murió mi padre, Miley. Estábamos separados, pero eras mi mujer. Pensé que yo no te importaba nada, que no tenías corazón...
-Yo no sabía nada del accidente, ya te lo he dicho -lo interrumpió ella-. Si lo hubiera sabido, te habría escrito una carta.
-¿Qué crees que pensé cuando perdí a mi padre, a mis tíos, a mi primo, que era, además, mi mejor amigo, y tú no pareciste darte por enterada?
Miley se mordió los labios. ¿Cuántas veces tendría que decirle que ella no sabía nada sobre aquel accidente? A pesar de todo, sentía pena. Pena por todo lo que se habían perdido, por los malentendidos, por el tiempo que habían pasado solos.
-¿Y dónde estabas tú cuando yo perdí mi casa, cuando tuve que buscar refugio en un sucio estudio? -le preguntó ella entonces.
-Tienes razón -suspiró Nick-. Perdona, no quería hacer que te sintieras mal. Yo tampoco sabía dónde estabas viviendo, Miley. Solo quiero que sepas cómo el orgullo y la rabia pueden cegarnos a todos. No nos hagas esto ahora, cuando hemos encontrado la forma de saltar esas barreras.
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