Miley se dio la vuelta, medio dormida. Hacía fresco, lo cual significaba que aún no había amanecido. Recordaba haber subido a un helicóptero la noche anterior, pero no recordaba cómo había salido de él. El agotamiento y la angustia la habían dejado sin fuerzas. Y cuando se enteró de que el helicóptero en el que Nick había ido a buscarla apareció enterrado por completo en la arena ¿Qué le habría pasado a Nick si hubiera estado dentro? Miley sintió un escalofrío.
Aun así, no era culpa suya. Su obligación era escapar de una situación no deseada sino impuesta. Aunque empezara a pensar que Nick seguía amándola. Aunque se hubiera dado cuenta de que ella también lo amaba. Era una cuestión de principios. Ni siquiera Nick ibn Zachir podía obligar a nadie a quedarse en Jumar contra su voluntad.
Apartando el pelo de su cara, Miley abrió los ojos y se encontró rodeada por pesados cortinajes. No era la cama del palacio de Muraaba y, asustada, se incorporó de un salto.
-¿Está despierta, señora? -escuchó la voz de Shiran-. Sidi Latif desea hablar con usted.
-Pero estoy en la cama...
-Por favor, perdone la interrupción -escuchó entonces la voz de Latif-. Estoy en la puerta del dormitorio y, si no le importa, le hablaré desde aquí.
Miley parpadeó, sorprendida. Latif había dicho que estaba en la puerta del dormitorio, pero en realidad estaba en una tienda. Una tienda increíblemente opulenta, pero una tienda. Evidentemente, Nick debía haberla llevado a su reunión con los jefes de las tribus en lugar de devolverla a palacio.
-Sí, claro -murmuró, nerviosa, mirando la alfombra persa que cubría el suelo y los muebles de madera con incrustaciones de madreperla.
-El príncipe Nick no ha dormido en toda la noche. Ha estado visitando a los afectados por la tormenta.
-¿Ha habido muchos heridos? -preguntó Miley, compungida.
-Me alegra que quiera saberlo -dijo Latif entonces-. Ha habido algunos heridos en la ciudad porque la tormenta tiró algunos árboles. Y también ha habido accidentes de tráfico. En total, dos muertos y quince heridos, un número menor del que habíamos esperado. En cualquier caso, Su Alteza debe descansar ahora y le agradecería que fuera usted quien lo sugiriese.
-Si veo al príncipe Nick, haré lo que pueda.
-Estoy seguro de que lo verá -murmuró Latif entonces.
¿Ella tenía que convencer a Nick de que se fuera a la cama? A Miley la sorprendía que el ayudante del príncipe le pidiera tal favor. Pero lo que realmente la dejaba perpleja era que todo el mundo allí pareciera conocer su intimidad con él. ¿Cómo podía el príncipe de Jumar jactarse de tener una amante sin recibir censura alguna? ¿No era la tradición en Jumar ser discreto al respecto? ¿No sería arriesgada su presencia en aquella reunión? Quizá a la gente de Jumar no le preocupaba lo que hiciera su príncipe, mientras fuera con una extranjera.
Era el momento de enfrentarse con la realidad: estaba atrapada en Jumar y no sabía hasta cuándo. A merced de un hombre tan obstinado que se negaba a reconocer que seguía sintiendo algo por ella y que estaba interpretando el papel de malvado jeque árabe...
En ese momento, escuchó un murmullo de voces seguido por la familiar y masculina voz de Nick.
Un segundo después, las cortinas de la cama se levantaron.
-Tus criadas desean esconderte de todos los hombres... incluido yo, por lo visto.
Miley sintió los ojos de Nick clavados en ella y su corazón empezó a dar saltos.
Aunque parecía cansado, sus ojos dorados eran tan brillantes como siempre.
-No llevas túnica.
Nick llevaba un traje de chaqueta que le quedaba a la perfección. Aunque estaba guapísimo de cualquier forma.
-La túnica es solo para las ceremonias o para usarla en el desierto. Es más práctica que la ropa occidental.
Apoyando una mano en el cabecero de la cama, la miró de arriba abajo. Vio su pelo revuelto, sus hombros blancos apenas cubiertos por las tiras del camisón... La mirada de aquel hombre habría encendido un iceberg.
-Estoy en una tienda, ¿verdad? -murmuró Miley, desesperada por romper aquella atmósfera cargada de sensualidad. No era el momento.
-Una tienda que cubre varios acres de terreno -explicó Nick-. Somos gente del desierto y nos gusta el aire libre. Mi padre solía vivir aquí. Pedía una mujer cada vez que la necesitaba...
-¿Pedía una mujer?
Nick había tomado el embozo de la sábana y estaba tirando de ella poco a poco, mirándola con expresión divertida.
-Pareces sorprendida. Antes de casarse con mi madre, mi padre tuvo más de cien concubinas. En aquellos días, el sexo era algo natural para mi gente, algo sobre lo que no se hablaba con particular interés, simplemente se hacía...
-¿Y ahora no?
-Ahora no tengo que pedirle a nadie que te traiga a mi lado. Estás aquí, esperándome -sonrió él, aparentemente satisfecho-. Algunas cosas no cambian nunca. Pero en esta ocasión, tu presencia aquí es tan pública como un anuncio.
-¿Por qué?
-Recuerda tu pequeña aventura de ayer. No se puede salir del palacio de Muraaba como una trapecista, robar un caballo y obligar al príncipe a seguirte hasta el desierto sin que la gente murmure -contestó Nick-. Ayer estaba furioso, pero se me ha pasado. Esta noche vendrás a mí como deberías haber venido hace un año.
-¿Por qué no hablas como lo hacías en Londres? -preguntó ella, que no daba crédito a sus oídos. «¿Vendrás a mí?» Ni Rodolfo Valentino...
-No seas sarcástica. Vendrás a mí y no con una toalla de baño en una habitación llena de peluches... y tampoco con un padrastro que interrumpe aparentando estar mortalmente ofendido. Créeme, esta noche no habrá ninguna interrupción -dijo Nick tranquilamente.
-La verdad es que no sé qué planes tengo para esta noche.
-¿Quieres discutir otra vez? -la interrumpió él, mirándola de arriba abajo-. Una vez no fuiste nada tímida demostrándome tu deseo por mí. ¿Qué ha cambiado, Miley?
-Que he aprendido muchas cosas, Nick. Te amaba... pero tú me has curado.
-Yo también pensé que te amaba -confesó él entonces-. Y yo también me curé cuando descubrí que me habías tendido una trampa.
«Yo también pensé que te amaba». Por fin empezaban a hablar.
-Te repito que yo no sabía nada sobre los planes de Billy.
Nick se incorporó, irritado.
-No te creo. ¿Sabes cuándo mataste lo que sentía por ti? -le preguntó, acusador-. Cuando te propuse matrimonio y tú dijiste que sí, sin dudar. Eso fue lo que te condenó... eso fue lo que me convenció de que habías conspirado con tu padrastro para chantajearme.
-Tú no tienes por costumbre hablar con la gente, ¿verdad?
-Cuando te pedí que te casaras conmigo, tú sabías que lo hacía para no comprometerme, pero no dijiste nada. Dejaste que aquel sórdido engaño siguiera, aparentando normalidad... con tu vestido de novia y tu cosa azul para darte suerte. Ya me he enterado de qué significa algo azul en tu cultura. Pero, ¿qué suerte pensabas tener cuando estabas engañándome descaradamente? -preguntó Nick, con oscuro desdén.
-Nick, escúchame... -empezó a decir Miley. Tenían que aclarar aquello de una vez por todas.
-Sé que solo tenías dieciocho años...
-Estaba a punto de cumplir diecinueve -lo interrumpió ella.
Nick levantó los ojos al cielo.
-Eso da igual. Debías saber que no era normal que un hombre pidiera tu mano cuando jamás te había hablado de amor. Sin embargo, ayer me acusaste de haber destrozado el día de tu boda. Como dije ese día y vuelvo a repetir, un matrimonio en el que el hombre se siente obligado es una charada y no una promesa respetable.
-Nick, yo acepté casarme contigo porque estaba enamorada. No me planteé si era lógico, si habíamos estado juntos el tiempo suficiente...
Él hizo un gesto con la mano, como si no quisiera escucharla.
-Yo miré a mi hermosa novia... y eras hermosa, muy hermosa, pero tu calculada campaña para atraparme te hacía sucia ante mis ojos. Así que no te atrevas a acusarme de estropear el día más feliz de tu vida. Al menos, yo era sincero sobre lo que sentía: furia, amargura, desilusión. No merecías que te amase...
-¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes mirarme a los ojos y seguir diciendo tamaña barbaridad? -le espetó Miley, dolida por aquellas palabras.
Era más serio de lo que creía. Nick se negaba a escucharla, sencillamente cerraba sus oídos a cualquier explicación.
No podía imaginar lo que ella sintió ese día, la pena, el desencanto, el miedo a terminar con un sueño. Nick había destrozado su vida y, un año después, la relación seguía siendo imposible.
-Porque sé que es así, Miley. No vas a engañarme otra vez. Por eso hablaba en árabe. Supongo que estaba mucho más consternado que tú y por eso olvidé que debía hablar en tu idioma.
Después de eso, se dio la vuelta como el guerrero del desierto que era, dejándola sola y entristecida.
Shiran apareció entonces.
-¿Desea algo la señora?
-¿Hay un cuarto de baño en esta tienda?
Por fortuna, había un hermoso cuarto de baño tras una sólida puerta de madera y Miley se lavó la cara, sin poder evitar un sollozo.
«Una calculada campaña para atraparme». ¿Cómo podía hacerle entender que ella no había tenido nada que ver con el chantaje, que lo había amado de verdad? Aquel hombre era una roca. Había pensado que podrían hablar, que podría convencerlo, pero no parecía posible.
Y lo había amado tanto...
Tanto que incluso lo había invitado a pasar una noche con ella, cuando no sabía nada sobre el amor y menos sobre las relaciones sexuales. Tal era entonces su deseo por él.
En ese momento llamaron a la puerta, pero Miley no quiso contestar. Sentada en el suelo de mármol, se preguntó qué podía hacer para restaurar la fe de Nick en ella.
O eso, o escapar de inmediato.
Unos minutos después, abrió la puerta del baño y se encontró con un grupo de criadas que la miraban con gesto de ansiedad. De nuevo en su cuarto, se quitó el camisón y se puso un kaftan rojo que tenían preparado para ella.
-¿Podemos traer a los niños? -preguntó Shiran. ¿Qué niños? ¿Sería Franky uno de ellos?
¿Se habría convertido en un número de circo?
El príncipe Franky fue el primero en entrar. Como un pequeño adulto, se acercó a ella y por primera vez, Miley notó su parecido con Nick.
-Siento mucho haberte enfadado ayer.
-Me parece muy bien. Y no vuelvas a hacerlo nunca –dijo Miley.
-Ya no puedo. Se han llevado a mis criados -protestó el niño, con lágrimas en los ojos-. El príncipe Nick se los llevó.
¿El príncipe Nick? ¿Así se refería a su hermano? ¿Tantas formalidades con un niño pequeño? Miley sentó al niño sobre sus rodillas.
-Ven aquí, anda.
-Soy mayor. Los mayores no se sientan en las rodillas de una mujer -protestó Franky.
-¿Quieres que te deje en el suelo?
De repente, el niño apoyó la carita sobre su hombro y se puso a llorar. Obviamente, no tenía a nadie que lo abrazara si se acercaba a ella buscando consuelo. El corazón de Miley se llenó de pena. Franky solo era un niño pequeño que había sido educado como un pequeño monstruo.
-Le gustan los niños -murmuró Shiran, volviéndose hacia las otras criadas.
Miley miró sorprendida a dos niñeras que llevaban en brazos dos niñas idénticamente vestidas.
-¿Mellizas?
-Son Basma y Hayat -explicó Shiran.
-¿Qué tiempo tienen? -preguntó Miley, encantada.
-Nueve meses. ¿Quiere verlas de cerca?
-¡Solo son niñas! -exclamó Franky entonces. Sentando al niño a su lado, Miley tomó en brazos a las mellizas. Llevaban dos diminutas túnicas rosas bordadas en oro. Desde luego, un atuendo nada cómodo para dos niñas tan pequeñas.
-Basma y Hayat. Qué nombres tan bonitos.
-¡A mí no me gustán! -volvió a protestar el pequeño príncipe.
-No me gustan los gritos, así que compórtate -lo regañó Miley.
-¡No me gustas tú! -dijo entonces Franky, que salió corriendo de la habitación.
Ignorándolo, Miley siguió jugando con las mellizas. Basma sonreía mucho y Hayat parecía más tímida.
Unos minutos después, Franky volvió a entrar con cara de pena.
-Te gustan más que yo.
-Claro que no. Me gustan tanto como tú -sonrió Miley.
-Nadie me quiere -dijo entonces el principito, pateando el sofá.
Miley lo tomó en brazos, con el corazón partido por la soledad que intuía en aquel niño.
-Yo te quiero.
Las criadas llevaron montones de juguetes. Franky estuvo bastante insoportable, buscando su atención todo el tiempo y enfadándose si no le hacía caso; pero entre enfado y enfado consiguieron cierta tranquilidad. Pasaron las horas y Miley se sorprendió cuando las criadas anunciaron el almuerzo. Los niños fueron llevados de nuevo a sus habitaciones y en el último minuto, Franky volvió a entrar.
-¿Cuándo voy a verte otra vez?
-Cuando quieras.
Después de comer, Shiran se acercó para decirle que era la hora del baño.
-¿No es un poco pronto? -preguntó Miley, sorprendida.
-Tardaremos horas en vestirla para el banquete de esta noche, señora.
-¿Un banquete?
No sabía si le apetecía hacer una aparición pública. Y tampoco le apetecía ver a Nick.
Aquel hombre era insufrible.
Las criadas echaron aceites y pétalos de rosa en el agua y Miley tuvo que sonreír. Aquello sí que era decadente. Shiran se empeñó en lavarle el pelo con una espuma aromática.
Envuelta en una toalla, la llevaron a otra habitación llena de vapor que la dejó casi en estado de letargo. Después, la convencieron para que se tumbase en una especie de diván y le dieron un masaje. Relajada, limpia y más brillante que una patena, Miley tomó el té rodeada de las criadas, que reían y se comportaban con encantadora familiaridad.
Su pelo fue secado y mimado con un pañuelo de seda. Después, manicura y pedicura tras un largo debate sobre el color que debían usar. Mientras todo eso tenía lugar Miley, tumbada en un sofá, se sentía como Miss Universo. En ese momento, llegó un paquete para ella.
Dentro del paquete había una nota firmada por Nick: Ponte esta pulsera en el tobillo.
¿Una pulsera en el tobillo? Miley miró la pulsera de oro y zafiros.
-¡Qué honor! -exclamó Shiran-. Esa pulsera era de la difunta madre del príncipe.
Miley apenas llevaba joyas y la pulsera le pareció algo demasiado exótico, pero se la pondría para no parecer grosera. Una hora después, llegó un ramo de rosas. Las criadas se emocionaron ante las atenciones del príncipe, pero el corazón de Miley permanecía frío. Aquel hermoso ramo despertaba recuerdos amargos.
Cuando llegó el momento de vestirse, se quedó helada al ver la túnica de seda bordada en oro y pedrería... que pesaba una tonelada. Debajo, debía ponerse una especie de combinación casi transparente. Unos zapatos dorados con tacones increíbles daban el toque final al atuendo y Miley se preguntó cómo iba a moverse. Entendía que los jeques vistieran a sus mujeres de aquella guisa. Así no había forma de escapar.
De nuevo, llegó otra caja. Aquella vez, las criadas tuvieron que contener un grito de alegría. Miley descubrió un par de exóticos pendientes y una pulsera. ¿Por qué le mandaba Nick tantas joyas? Pero la respuesta estaba escrita en las caras de aquellas chicas. Él era su propio relaciones públicas. Su generosidad estaba destinada a impresionar a la gente. Nada más.
-Es tan guapa, señora -suspiró Shiran. Con aquellos tacones que la elevaban casi diez centímetros, Mileye apenas se reconocía a sí misma. Su pelo se había transformado en una abultada y sedosa melena rubia y brillaba de la cabeza a los pies, como si ella misma fuera una joya.
Shiran la llevó hasta una enorme habitación llena de mujeres ataviadas al estilo árabe. Fue presentada, pero ninguna hablaba su idioma y Miley se sentía como en una pesadilla.
Y entonces llegó una mujer, una exótica morena de ojos rasgados. Iba vestida con una túnica de color esmeralda y su boca de labios generosos tenía una curva sarcástica.
-Soy la prima del príncipe Nick, Majida. Y no pienso ofrecerte mi saludo -dijo la joven, dejando a Miley boquiabierta-. ¡Yo declaro que no eres virgen!
El silencio que se hizo en la habitación era tan atronador como las bombas. Una mujer mayor se levantó de su asiento y empezó a gritar. Confundida, Miley miró alrededor. ¿Por qué había dicho aquello? ¿Qué le importaba a esa joven si ella era virgen o no?
me encantooo !!!!! nueva lectora !
ResponderEliminarsube el otro capi plisss bye besos <3