¿Y qué había hecho Billy con el medio millón de libras de Nick? Un dinero que había conseguido falsificando su firma... ¿O Nick habría hecho el cheque a nombre de su padrastro? Seguramente, sí. Era su forma de obligar a Billy a mantener la boca cerrada. Miley sintió un escalofrío. El cheque era la compensación por una boda que la había llenado de alegría y, unos minutos después, se convirtió en la más cruel de las farsas.
Aquel día en la Embajada de Jumar, Miley había creído realmente que era el día de su boda. Pero después de la ceremonia, Nick la trató como si fuera un gusano, pisoteando sus esperanzas y su amor, destrozando su vida.
-El divorcio es fácil en mi cultura. Yo digo en árabe: «Me divorcio de ti» tres veces y ya está. ¿Quieres verme reclamar mi libertad? ¿Quieres que te demuestre que esta ceremonia ha sido una charada?
Miley jamás olvidaría el dolor que sintió aquel día. El arrogante y autocrático príncipe pisoteó sus sentimientos como si no merecieran consideración. Ni siquiera quiso darle explicaciones, ni siquiera quiso escucharla.
Miley creyó odiar durante aquellos meses a Nick. Sin embargo, no podía engañarse a sí misma. Al volver a verlo, la atracción sexual que la atormentó al conocerlo había aparecido de nuevo. Los seres humanos reaccionan de forma sorprendente, se dijo a sí misma.
Lo más importante en aquel momento era que Trace saliera de la cárcel antes de caer enfermo. Pero... ¿a qué precio? Si Miley no conseguía escapar de Jumar, el precio sería demasiado alto. No podía admitir una relación con Nick en tales circunstancias. Hasta que él decidiera escucharla, hasta que conociera la verdad sobre lo que pasó un año atrás y empezara a comportarse como un hombre sensato, aquella situación era imposible.
-Señorita Cyrus...
Miley se levantó al ver a Latif.
-Me gustaría llamar por teléfono -le dijo. El hombre pareció incómodo-. Incluso un delincuente puede hacer una llamada. Pero quizá no en este país tan civilizado -añadió, con ironía.
-Venga por aquí, por favor.
Latif la llevó a un discreto despacho y Miley llamó a su padrastro al móvil.
-Hayas hecho lo que hayas hecho, está funcionando. Aún no está confirmado, pero parece que nuestro Trace saldrá de la cárcel esta misma tarde y...
-Contesta a una pregunta, Billy -lo interrumpió Miley-. El infausto día de mi boda, yo te di un sobre. ¿Qué hiciste con el cheque que iba dentro? -silencio total al otro lado de la línea. Billy se aclaró la garganta-. Te quedaste con el dinero, ¿verdad? Le hiciste creer a Nick que podía comprarme como si yo también hubiera querido chantajearlo.
-Trace se quedó con la mayor parte del dinero, sin saber de dónde venía. Y deja de hablar de chantaje, Miley. Lo único que hice fue intentar proteger tus intereses. Si Nick quiso pagarme para que no dijera nada, ¿por qué no iba a aceptar el dinero? -protestó su padrastro-. Todo queda en familia y...
-Eres un canalla, Billy. Y un ladrón.
Después de decir eso, MILEY colgó el teléfono y salió del despacho.
«Crees que me conoces, pero te equivocas», le había dicho Nick.
¡Algún día, el príncipe se preguntaría si la conocía a ella!
El viaje hasta el palacio de Muraaba duró más de lo que había esperado. Una vez que salieron de la ciudad, el desierto no parecía terminar nunca. El interminable vacío fascinaba a Miley, las dunas doradas bajo el sol inmisericorde, arena y más arena...
¿Tan loca había estado por Nick como para pensar que podría vivir rodeada de tanta arena?
En la distancia, vio un enorme edificio rodeado de altísimos muros. Cuando la limusina se acercó, un grupo de guardias uniformados abrieron las puertas de hierro, tan altas que hacían falta cuatro hombres para abrirlas.
En el interior de los muros, jardines de sobrecogedora belleza se extendían de norte a sur, pero Miley no veía nada de eso. Lo único que veía era el número de guardias apostados por todas partes, como si el palacio estuviera preparado para una invasión. Su plan de escapar iba a ser más complicado de lo que había creído.
Con la cabeza levantada, ignorando los murmullos que oía a su alrededor, Faye entró en el vestibulo. Al pasar, los guardias se cuadraban. Sería muy fácil tener delirios de grandeza en Jumar, pensó, irónica. El palacio de Muraaba era un edificio muy antiguo, con mosaicos hermosísimos en tonos turquesa y dorado.
Un terrible grito de dolor, seguido del grito de un niño hicieron que Miley se detuviera, sorprendida y furiosa. Si alguien había pegado a un niño. Corrió hacia uno de los arcos del pasillo y la escena que presenció la dejó paralizada. Había tres criados pegados a la pared, llorando, y una mujer de rodillas en el suelo mientras un niño de unos cuatro años la golpeaba en la espalda con una vara. Miley esperó para ver si alguno de los criados la ayudaba, pero al ver que nadie iba a intervenir y que la víctima parecía demasiado asustada como para protestar, dio un paso adelante.
-¡Estate quieto! -exclamó. El niño, vestido al estilo árabe, se detuvo un momento, sorprendido. Y después, siguió golpeando a la mujer-. ¡Deja de pegarla!
Un segundo después, el pequeño monstruo se dirigió hacia ella blandiendo la vara. Miley se la quitó y lo tomó en brazos. El crío pataleó y protestó, pero Miley no pensaba soltarlo. Era muy pequeño, pero su carita se arrugó en un gesto de terrible violencia.
-¡Suéltame! -le gritó-. ¡Suéltame o te pegaré a ti también!
-Te soltaré cuando dejes de gritar.
-Soy un príncipe... soy un príncipe de Jumar.
-Eres un niño muy maleducado -corrigió ella. Los criados se habían quedado mudos-. Ningún príncipe se portaría de una forma tan horrible.
Los ojos del violento principito se llenaron de lágrimas.
-Soy un Jonas. Soy un príncipe. Tienes que hacer lo que yo diga... ¿Por qué no haces lo que digo?
En aquel momento, solo parecía un niño asustado y sorprendido. Miley lo apretó contra su corazón. No podía tener más de cuatro años, quizá ni siquiera cuatro..
-¿El príncipe tiene un nombre?
-Franky.
Consciente de que estaba en un país extranjero con una cultura muy diferente de la suya y que quizá allí, lamentablemente, hasta los niños podían golpear a los criados, Miley intentó dejar al niño en el suelo. Curiosamente, Franky no quería soltarla.
Miley sintió que algo rozaba su pierna. La víctima del pequeño príncipe estaba llorando a sus pies y los otros criados se habían tirado al suelo, como si una bomba estuviera a punto de explotar. Miley se sintió como una extraterrestre.
-¿Qué hacen?
-Tengo sueño -dijo entonces Franky.
-¿Alguien podría llevar a este niño... quiero decir a Su Alteza a la cama? -preguntó Miley, con la esperanza de que alguien hablase su idioma.
-Yo soy la niñera -dijo la mujer que estaba de rodillas.
-¿Quién te ha enseñado a pegar a la gente, Franky? Es algo terrible. Ningún ser humano tiene derecho a pegarle a otro.
-Tengo sueño... -dijo el principito entonces, escondiendo la cabeza en su hombro-. ¿Me llevas a la cama? Mi caballo vuela más rápido que el viento.
Miley tuvo que resistir la tentación de preguntar si también le pegaba al animal.
-A mí también me gustan los caballos.
-Te enseñaré el mío.
Mientras llevaba al niño por los pasillos, una procesión de criados iba uniéndose al grupo. Y con cada mirada de admiración, como si estuviera haciendo algo extraordinario, Miley iba sintiéndose más molesta. Aquel sitio era muy extraño. Ella tenía un padrastro de vergüenza, pero Nick no tenía nada de qué enorgullecerse. ¿También él golpearía a sus criados? En un país tan «civilizado» como Jumar, pensó, irónica.
Por fin llegaron al dormitorio de Franky, lleno de todos los juguetes y peluches imaginables. Miley no quería ablandarse al ver al niño durmiendo, pero pensó que algún adulto debía haberle enseñado a comportarse con esa brutalidad. ¿Su padre? Evidentemente, Nick compartía el palacio con toda su familia. Si antes le había repugnado la idea de vivir en aquel sitio, en aquel momento decidió que no pasaría allí más de veinticuatro horas.
Con esa convicción, ignorando a los criados que la seguían, entró en otra habitación con estanterías en todas las paredes. Echó un vistazo a los libros y después se fijó en un mapa de Jumar, en el que estaba marcado el aeropuerto. Pero debía ser un mapa antiguo porque el aeropuerto parecía estar mucho más lejos de palacio de lo que realmente estaba.
Después de guardar el mapa en el bolso, se sentó en un diván forrado de seda, donde los criados se apresuraron a servirle refrescos, deseosos de agradarla. Era un exótico aposento decorado con mosaicos y teselas de colores. El techo en forma de bóveda estaba recubierto de lo que parecían pequeños cristalitos. En el suelo de mármol, fabulosas alfombras persas. Allí era donde Nick había crecido, pensó, en un sitio tan fabuloso, tan diferente del suyo que jamás podrían entenderse.
De repente, las criadas empezaron a echarse hacia atrás, aparentemente acobardadas y un segundo después, el príncipe Nick entró en la habitación.
-Latif me informa de que ha habido un incidente entre Franky y tú...
-¿Un incidente? Yo no lo llamaría así. No estoy acostumbrada a ver cómo un niño golpea a una criada.
Nick la miró, incrédulo.
-Eso no puede ser...
-¿Qué clase de país primitivo es este? ¿Qué clase de sociedad permite que un niño se comporte de esa forma?
-¿Estás diciéndome que Franky ha pegado a una criada?
Miley, sin poder contener la ira, describió la terrible escena que había presenciado.
-Ahora está durmiendo y...
-Yo me encargaré de él -dijo Nick, furioso-. Y agradezco mucho que hayas intervenido, pero no juzgues a un país entero por el comportamiento de mi maleducado hermano pequeño.
-¿Franky es tu hermano? -preguntó Miley, sorprendida-. Pero si lo que dices es cierto, ¿por qué nadie intervino? ¿Por qué nadie hizo nada?
-La madre de Franky era una mujer de otro país del golfo, una mujer educada a la antigua que enseñó al niño a comportarse como lo hace. Los criados que lo atienden son de ese país y no saben defenderse. Para ellos, es un delito tocar a alguien de sangre real...
-¿No lo dirás en serio?
-Completamente. Pero en Jumar, los príncipes no pueden golpear a nadie. No quise despedir a esos criados porque... el niño se ha quedado solo. Pero ahora veo que debería haberlo hecho. Tengo que enseñar a mi hermano a comportarse como una persona normal.
-¿Qué edad tiene?
-Cuatro años. Los suficientes como para aprender maneras -murmuró Nick, saliendo de la habitación.
Miley corrió tras él.
-¿Qué vas a hacer?
-Ya veo lo que crees que voy a hacer, pero te equivocas. Puede que no sepa mucho sobre niños, pero sé lo suficiente como para saber que la violencia no se arregla con más violencia. Hablaré con él y le quitaré ciertos privilegios como castigo.
Miley suspiró, aliviada.
-Ver esa escena me ha dejado horrorizada, pero Franky es muy pequeño y si se ha criado sin padres...
-Temo que haya heredado la crueldad de su madre. Y eso es algo que hay que cortar de raíz.
Miley se alegraba de que estuviera furioso por el comportamiento de su hermano. Al menos, no se había equivocado del todo sobre el carácter del hombre.
Un año antes, casi había creído que Nick podía caminar sobre el agua...
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cap 4
Catorce meses antes, Trace había sido invitado a la boda de su comandante, en la que el príncipe Nick Jonas Miller era el invitado de honor. Embarazada, Lizzie decidió quedarse en casa y su hermano le pidió a Miley que lo acompañara.
-Venga, hermanita. Desde que murió mamá, solo aceptas la compañía de los caballos. Ya sé que eres tímida, pero tienes que salir de vez en cuando.
El día de la boda, el coche de Trace no arrancaba y tuvieron que acudir en el Mini de Miley. Las continuas indicaciones de su hermano la pusieron tan nerviosa que cuando intentaba aparcar frente a la iglesia, golpeó la limusina de Nick sin darse cuenta.
Su hermano la miró como si hubiera cometido un crimen.
-¿Cómo que no la has visto? ¡Es más grande que el Titanic!
Miley miró, horrorizada, a los hombres que salían de la limusina dando gritos. Entonces, se abrió la puerta trasera y Nick salió del coche con tranquilidad. Después de calmar a sus guardaespaldas, se acercó al Mini.
-¿Cómo puedes ser tan despistada? -le estaba gritando su hermano.
Pero Miley estaba mirando al hombre alto, oscuro e increíblemente atractivo que le sonreía. Una sonrisa simpática y encantadora. Su corazón había empezado a latir más rápido y cuando se fijó en aquellos ojos color cafe, como los de un león, empezaron a temblarle las piernas. Nunca había visto un hombre más guapo. Un segundo después de conocer al príncipe Nick, Miley estaba hipnotizada.
-Perdone, es que no he visto su coche...
-No es nada, no se preocupe.
-Alteza... -empezó a disculparse Trace, nervioso-. Príncipe Nick... mi hermana estaba despistada y...
-No tiene importancia -lo interrumpió Nick, sin dejar de mirarla a los ojos.
El corazón de Miley parecía querer salirse de su pecho.
Después, intercambió unas palabras con su hermano antes de alejarse. Mientras entraban en la iglesia, Miley iba volando, como si no pisara el suelo. Sentía mariposas en el estómago al recordar la sonrisa de aquel hombre moreno.
-La verdad es que el príncipe tiene razón. Eres preciosa -le dijo Trace entonces-. La culpa ha sido tuya, pero el príncipe insiste en decir que ha sido la limusina la que se ha puesto en tu camino y que él pagará la reparación.
-¿Es un príncipe de verdad?
-De sangre real. Jefe de las fuerzas armadas de su país, el emirato de Jumar, en el golfo pérsico. Poul, su padre, está enfermo y el príncipe Nick ha ocupado su puesto.
El corazón de Miley se encogió. Un hombre de tanta categoría era imposible para ella... pero sentía curiosidad.
-¿Está casado?
-No.
-Es muy agradable.
-¿Agradable? -repitió Trace, haciendo una mueca-. Nunca había hablado con él, pero por lo que he oído, es un mujeriego. Afortunadamente, tú eres demasiado joven.
-¿Demasiado joven? Voy a cumplir diecinueve años.
-Ah, bueno, qué mayor -rio su hermano-. De todas formas, estás segura. No creo que el príncipe Nick quiera aprovecharse de una cría.
Una desafortunada conversación que llevó a Miley a contar la única mentira que había dicho desde que era una niña. Durante el banquete, Trace la había abandonado para charlar con sus compañeros de regimiento y Nick se acercó a su mesa.
-¿Puedo sentarme contigo? -preguntó, tuteándola.
-Claro -sonrió ella.
Incluso un año después, Miley tenía que admitir que nunca le había resultado tan fácil mentir. Por primera vez en su vida, quería impresionar a un hombre al que, seguramente, no volvería a ver jamás.
-¿Cuántos años tienes? -le preguntó Nick. Aquel fue el momento. Y Miley no lo dudó.
-Veintitrés.
¡Cuánto iba a costarle aquella infantil mentira!
-No pareces tan mayor.
-Es que... llevo una vida muy sana -sonrió Miley entonces, intentando coquetear.
Así de fácil. Su único objetivo había sido atraer su atención. No pensó en nada más, no pensó que eso pudiera darle problemas en el futuro porque no se le ocurrió pensar que pudiera haber un futuro para ellos.
-Me gustaría volver a verte.
-¿Cuándo? -preguntó Miley, sin poder disimular su ansiedad.
Nick sonrió, sorprendido.
-Espera y veras.
Las rosas empezaron a llegar al día siguiente. Rosas blancas cada día, que llenaban la casa con su delicioso perfume. Los ramos no llevaban tarjeta, pero Miley sabía quién las enviaba. Soñaba despierta, se sobresaltaba cada vez que sonaba el teléfono... pero Nick tardó una semana en llamar.
-Dile que no puedes -le recomendó su cuñada en voz baja.
Miley la miró con cara de angustia. Habría ido descalza a Londres para ver a Nick.
-Lo siento, pero no puedo...
-Tienes mucho que aprender, niña -le dijo Lizzie cuando la vio llorar, después de colgar el teléfono-. Si quieres que no vuelva a llamarte después de la primera cita, demuéstrale que tienes interés.
Su cuñada solo tenía cinco años más que ella, pero sabía mucho más sobre la vida. Y fue Lizzie quien, cuando Nick invitó a cenar a toda la familia, llevó aparte a Trace para pedirle que no le dijera al príncipe su verdadera edad. Qué error.
-¿Por qué has mentido? -le preguntó Trace, enfadado.
-No pasa nada, Trace -intervino Percy-. Ese coqueteo no va a ninguna parte. Después de todo, Nick es un príncipe. Además, si su idea de cortejar a una mujer consiste en invitar a toda su familia a cenar... ¿de qué te preocupas?
En las semanas que siguieron a aquella cena, Miley se enamoró locamente del príncipe. Y eso la hacía sentirse angustiada. Sabía que cuando el padre de Nick muriese, no volvería a verlo porque tendría que volver a Jumar. Creyendo que su tiempo con él estaba terminando, creyendo que nunca iba a volver a amar a nadie como amaba a aquel hombre, tomó una decisión impulsiva que acabó siendo trágica.
Qué ironía, pensó Miley, volviendo a la realidad en el hermoso palacio de Muraaba. Un año antes, lo había invitado a pasar la noche en su casa y Nick pareció no solo sorprendido, sino insultado.
Nerviosa, había intentado crear un ambiente especial para la velada romántica. Lo último que habría esperado era que él llegase tarde y con una actitud nada sentimental.
-No voy a quedarme a dormir.
Miley lo miró, perpleja.
-¿Tampoco quieres cenar?
-¿Cenar ahora? -le espetó él, furioso-. Suelo tener hambre después del sexo, no antes. ¿Con cuántos hombres has hecho esto?
Era la primera vez que Miley cenaba a solas con un hombre y aquella actitud agresiva la puso tan nerviosa que se tiró encima una copa de vino. Ofendida y avergonzada, corrió escaleras arriba para buscar refugio en su habitación. Para quitarse el olor a vino, se duchó y cuando salió del cuarto de baño, cubierta solo con una toalla, Nick la estaba esperando.
Minutos después, su padrastro entró en el dormitorio y la trampa se cerró sin que ella supiera lo que estaba pasando.
Miley volvió a meterse en el cuarto de baño, avergonzada, y Billy salió de la casa sin decir una palabra.
Qué tonta había sido al comportarse de esa forma.
Pero, claro, con dieciocho años no había entendido que la historia de amor era solo por su parte. La verdad era que Nick nunca había mencionado la palabra «amor». Además de tomarla de la mano y enviarle flores, nunca había dejado claro lo que sentía por ella. Quizá solo la veía como una amiga... Apoyando la cabeza en el diván, Miley cerró los ojos intentando olvidar los dolorosos recuerdos.
Miley se despertó con la sensación de estar entre los brazos de alguien. ¿En los brazos de...?
-No te muevas.
La voz de Nick sonaba tan exigente como siempre.
-¿Qué estás haciendo?
Cuando abrió los ojos, Miley se encontró en una habitación que no conocía y, lo más increíble, tumbada en una enorme cama con dosel. Inmediatamente, rodó sobre sí misma y saltó de espaldas, cayendo de pie como una gimnasta.
Nick sacudió la cabeza, como si no diera crédito a lo que acababa de ver. Lo que él no sabía era que los criados de su madre, Tish y Stan, habían sido artistas de circo. Como Miley no tenía mucho que hacer cuando era niña, ellos la habían entrenado en todo tipo de acrobacias.
-Buen salto -murmuró, divertido-. ¿Cómo lo has hecho?
¿Por qué tenía que ser tan guapo?, se preguntó ella. ¿Por qué se le quedaba la boca seca al mirarlo? ¿Por qué su rebelde cerebro no dejaba de imaginarse a sí misma tumbada en aquella cama... abrazada a él?
Deseo, se dijo a sí misma. Un deseo que la hacía mirarlo de arriba abajo, observando cada centímetro del poderoso físico masculino. Un calor inesperado se instaló entonces entre sus piernas. Miley apretó los muslos, en un esfuerzo desesperado por matar aquella traidora respuesta.
Tenía un plan y debía llevarlo a cabo. Nick ibn Zachir era un hombre muy obstinado y hasta que no hubieran arreglado lo que se estropeó un año atrás, aquella atracción estaba fuera de lugar.
-Me has asustado -dijo, esperando desviar la conversación de sus talentos acrobáticos.
-¿Porqué?
Solo con mirarlo, Miley sentía un hormigueo por todo el cuerpo. Con aquellos ojos dorados frente a ella, no tenía que preguntarse a sí misma por qué había mentido un año antes.
-Porque no sabía dónde estaba.
-Yo nunca le haría daño a una mujer, Miley.
-Pero yo no quiero estar aquí y tú lo sabes.
-Ha sido tu elección -dijo él, con frialdad.
-Tenía que elegir entre el fuego y el humo -replicó Miley, irónica.
-Así fue como yo me sentí el día de nuestra boda. Atrapado como un animal. No tenía más alternativa que casarme contigo. Mi padre estaba muy enfermo y habría sido terrible que, en sus últimos días, mi nombre apareciera en los periódicos a causa de un sórdido romance con una adolescente.
-¿Sórdido? ¿Por qué sórdido?
-No quiero hablar de eso –dijo Nick, tirando de ella-. ¿Qué posibilidades hay de que te deje escapar por segunda vez sin haberte tocado?
Miley se vio aplastada contra el torso del hombre, casi sin respiración.
-Nick...
Él acarició su cara. Los ojos dorados la exploraban con ansiosa precisión mientras pasaba un dedo por sus labios, observando cómo se dilataban sus pupilas, observando cómo entreabría los labios...
Y entonces tomó su boca. Para Miley, el efecto fue un incendio inmediato. Cada célula de su cuerpo se despertó a la vida y sintió que Nick temblaba tanto como ella.
Intentaba hacerse el duro, aparentar una frialdad que no sentía. Quizá no fue ella sola la que sufrió con la abrupta separación.
Nick acarició sus caderas y la apretó contra sí, aplastando sus sensibles pechos contra el muro de su torso. El gemido ronco que salió de la garganta de Miley dio la bienvenida a la invasión de su lengua. Unos segundos después, él se apartó.
-No puedo quedarme.
-¿No puedes quedarte? -repitió Miley, perpleja.
-Solo había venido a casa a cambiarme. Esta tarde tengo una reunión.
Miley intentó arreglarse el pelo y la ropa, sorprendida por su propia reacción.
-Muy bien.
Nick sonrió.
-Hace cinco minutos me has dicho que no querías estar aquí, pero veo que cambias de opinión como el viento. Ni siquiera yo había esperado ganar la batalla con un simple beso.
Miley lo miró, retadora. Hablaba como un crío, pavoneándose de su superioridad. Si le había devuelto el beso, era porque quiso hacerlo. No se había dejado «seducir». Le apetecía besarlo, simplemente.
-¿Te crees irresistible?
-Tú me haces sentir irresistible. Hay una gran diferencia -contestó él, abriendo la puerta-. Me deseas tanto como yo a ti. Estoy seguro de que otros hombres han disfrutado de eso, pero ahora solo eres mía.
-¿Sacas tus diálogos de alguna película antigua? -le espetó Miley, irónica.
Nick soltó una carcajada.
-Los occidentales sois tan prosaicos... Quiero hacerte el amor. Pero eso es todo lo que quiero de ti.
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