viernes, 22 de julio de 2011

Una deuda de Amor cap- 7

-¡Oh, no! -dijo Miley horrorizada-. ¡Oyó a Spike y ahora sabe que está allí!
-Y como no se permiten animales... -Nick exhaló un exagerado suspiro-. Me parece que será cuestión de deshacerte del perro o buscarte otro apartamento,
-¿Por qué habrás golpeado la puerta? El pobre Spike estará muerto de miedo. Normalmente es de lo más silencioso.
-Me parece que España te llama -susurró Nick-. La vida podría ser tan distinta... sin deudas... sin jueces desagradables... Jasper feliz como un niño con zapatos nuevos y tú feliz sabiendo que le das la mejor noticia de su vida. ¿Te parece mal? No creo que algo que le pueda causar placer a Jasper en este difícil momento de su vida pueda estar mal.
Se lo quedó mirando como hipnotizada. Era tan inteligente, tan listo al encontrar el momento preciso para decir las cosas. Ahí estaba ella, a punto de que le echaran a la calle porque deshacerse de Spike era impensable, y una versión viva y coleando del diablo le presentaba la tentación sin atisbo de vergüenza.
-No podría...
-Claro que podrías -la contradijo Nick suavemente-. Podrías hacerlo por Jasper.
Los labios le temblaron al pensar que nunca, nunca más vería a Jasper.
-Mi perro, Spike...
-Tu perro puede venir también. Te llevas lo imprescindible y mandaré a alguien para que recoja el resto mañana.
Nick se bajó del coche y dio la vuelta para abrirle la portezuela.
-¡Venga -urgió.
Y Miley se encontró haciendo lo que éÍ decía, sin fuerzas para luchar. «Una mentira piadosa», era como Nick la había llamado. El simulacro de un compromiso para alegrarle los últimos días a Jasper. Quizás mentir no era siempre malo...
La patrona salió de su piso al oírlos entrar. En cuanto comenzó a protestar,Nick le puso un fajo de billetes en la mano.
-La señorita Cyrus deja el apartamento. Espero que esto cubra lo que le debe.
El teléfono junto a su cama sonó horriblemente cer- ca y pasaron unos segundos hasta que Miley se diera cuenta de que no estaba en su casa, sino en la de Nick Jonas. Su mirada cayó sobre la maleta abierta. El teléfono volvió a sonar. Esta vez, agarró el auricular.
-¿Hola? -dijo nerviosa.
-Levántate, Miley -sonó la profunda voz de Nick, haciéndola sentarse de golpe en la cama-. Son las seis y media. Te quiero en el gimnasio vestida adecuadamente y totalmente despierta a las ocho.
-¿El gimnasio? -se sorprendió Miley al enterarse de que tenía que levantarse antes de las siete, particularmente un sábado. Spike todavía dormía tranquilo en su cesta.
-He contratado a un entrenador para que te ponga en forma -terminó Nick secamente y colgó.
Un entrenador. Miley se imaginó un sargento de infantería, una masa de músculos que le gritaría órdenes salpicadas de insultos. O quizás el entrenador era alguien agradable que la hiciera trabajar poco a poco. Trató de imaginarse a Nick contratando a alguien agradable. La esperanza se desvaneció rápidamente. El entrenador sería duro e impío. Después de todo Nick la había llamado perezosa.
Despertó a Spike y lo llevó a un patio cerrado que había visto al llegar la noche anterior al final del pasillo, cuando Nick la había puesto en manos de Fisher, el mayordomo, como si hubiera sido un paquete.
Cuando Spike hizo sus necesidades, volvió al dormitorio a darse una ducha. ¿Ropa adecuada? Un pantalón suelto y una camiseta talla extra grande eran lo único que tenía. Le hacían parecer igual de ancha que alta. ¿Una esbelta Miley? ¿Y si la gimnasia funcionaba? Se imaginó a Liam reconociéndola como un miembro del sexo opuesto.
El estómago le hacía ruido de hambre. Estaba por ir a la cocina cuando un discreto golpe sonó en la puerta.
Fisher apareció portando una bandeja con un gran vaso lleno de un líquido gris verdoso.
-Ayer la señorita Stevens le mandó su plan de régimen por fax a la cocinera -le explicó-. Creo que ésta es su propia receta para un cóctel energético matinal.
-Oh... -sorprendida, aceptó el vaso. ¿Plan de régimen? Estaba dispuesta a hacer ejercicio, pero hacer dieta... ¿Y quién era esa señorita que Fisher mencionaba?
-¿La señorita Stevens? –preguntó
-Gilda Stevens, la entrenadora -explicó Fisher inexpresivo-. Las instrucciones concernientes a sus menús fueron de lo más precisas.
Conque su entrenador era una mujer. Miley bebió la mezcla. Sabía a agua de fregar, pero intentando no poner cara de asco, se lo tomó todo, esperando que Fisher le dijese cuándo era el desayuno.
-El señor Jonas la espera en el gimnasio en cinco minutos -le informó el mayordomo retirándose.
-¿Y el desayuno? ¿Es más tarde?
-Ese era el desayuno, señorita Cyrus.
Al ver su cara atónita, Fisher miró hacia otro lado.
-¿Esto es todo lo que puedo tomar en esa dieta?
Fisher asintió con la cabeza, y luego le dijo cómo llegar al gimnasio. Al pasar, vio magníficos cuadros y hermosas alfombras. No la sorprendió entrar a un gimnasio fantástico lleno de los más modernos aparatos.
Al final de la espaciosa habitación, Nick, apoyado contra una moderna máquina de tortura, charlaba con una morena. Probablemente Gilda Stevens, que vestía menos ropa de la que Miley usaba para dormir. Una camiseta mínima le cubría apenas el delicado busto y pantalones cortos apretados como una segunda piel le marcaban las increíblemente delgadas caderas. Cada centímetro de lo que quedaba al descubierto estaba bronceado y suave como la seda.
¿Por qué tenía que ser tan guapa? Miley se preguntó ante la inevitable comparación.
-No te quedes ahí -dijo Nick, que llevaba un traje oscuro- Gilda me ha hecho el favor de ocuparse personalmente de ti.
La morena la estudió con ojos críticos mientras se aproximaba. Nick se giró también y sus cejas se arquearon al verle el aspecto.
-¿No tenías nada más adecuado que ponerte?
-Miley probablemente se sienta incómoda con ropa más insinuante. Lo he visto otras veces. Por suerte la dieta y el ejercicio pueden hacer milagros...
-Mirad, no soy una cosa sobre la que podáis discutir como si no existiese...
-Ya te mandaré un equipo -dijo Nick, sus oscuros rasgos con expresión distante mientras se retiraba.
Gilda la evaluó de la cabeza a los pies con sus ojos azules y acuosos y sin pensar lo que hacía, Miley corrió tras Nick. De repente, sentía que era su único amigo.
-¡Nick! -lo alcanzó en la puerta y susurró- Nick, ésa no es una mujer normal. De costado es como una tabla. No sabía que alguien podía ser tan flaco sin morirse. Por supuesto que le debo parecer enorme, pero yo no puedo evitar haber nacido así.
Después de una pausa atónita, Nick echó la cabeza hacia atrás y estalló en carcajadas.
-No le veo la gracia -dijo Miley mortificada-. Cuando me dijiste que tenía que trabajar duro no mencionaste ni la dieta ni que me pondrías a cargo de un bicho palo. ¿Has visto cómo me ha mirado? Como si yo fuese un elefante.
Nick se apoyó contra la pared tratando de contener las carcajadas.
-Es el trato, Miley. Gilda es famosa por sus resultados.
-Tengo hambre -murmuró Miley, pero se dio cuenta de que no le podía quitar los ojos de encima. Al relajársele la cara con la risa y perder el aura de superioridad que siempre lo rodeaba, era otro hombre. Tenía una atractivo increíble, reconoció, mirando incómoda la pared.
-Mala suerte. Si no se sufre, no se gana.
-¿Alguna vez has estado a dieta?
-No lo necesito. Soy demasiado disciplinado para cometer excesos.
Miley retiró la mirada del perfil digno de un escultor griego y miró al suelo.
-¡No hagas eso, siempre me enerva! ¡Mírame cuando te hablo!
La sorprendió que se hubiese dado cuenta de que nunca lo miraba a los ojos, pero levantó la vista y la pétrea mandíbula se relajó un poco antes de que Nick que diera vuelta para irse.
-Miley... mejor será que empecemos -llamó Gilda Stevens-. Comenzaremos por pesarte. 

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